En los últimos años, miles de personas comenzaron a utilizar asistentes de inteligencia artificial como consejeros emocionales e incluso como sustitutos de terapeutas humanos.
Esta tendencia, que surgió después de que en pandemia muchos pacientes tengan consultas virtuales con sus psicólogos y se aceleró con el auge de modelos de lenguaje avanzados como ChatGPT, Gemini o Claude, plantea interrogantes fundamentales sobre el futuro de la salud mental y los límites éticos de la tecnología.
El tema saltó al centro del debate después de que el influencer argentino Tomás Mazza revelara que utiliza ChatGPT como una forma de terapia personal.
Según sus declaraciones, cuando enfrenata dificultades para conciliar el sueño, envía audios a la inteligencia artificial para desahogarse y comparte todo lo que tiene en mente durante aproximadamente diez minutos antes de acostarse.
El caso de Mazza es la punta de un iceberg inmenso: luego de su confesión, cientos de tiktokers y usuarios de redes sociales compartieron en sus perfiles que también usan las herramientas de inteligencia artificial como remplazo del psicólogo.
“La inteligencia artificial está demostrando ser una herramienta poderosa en el acompañamiento emocional, con resultados sorprendentes, a un costo bajo y accesibles desde cualquier lugar del mundo, a cualquier hora, a solo un click de distancia”, agregó Michelle Benenzon, estudiante de Psicología.
Esa inmediatez, facilidad de uso y, por supuesto, el anonimato, hacen que cada vez más usuarios encuentren en estas herramientas un espacio para explorar su mundo interior sin las barreras tradicionales de la terapia convencional.
“El fenómeno es interesante. De hecho, estudios recientes muestran que muchas personas prefieren hablar con una IA antes que con un humano porque sienten que no van a ser juzgadas. Esa sensación de anonimato y neutralidad puede generar un espacio de apertura muy valioso, sobre todo en un primer momento”, agregó Manera.