Hoy 20 de junio se cumplen 200 años del fallecimiento del general Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano

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Manuel Belgrano se encuentra indiscutidamente, junto al general José de San Martín, en el panteón de los “Padres de la Patria”. Sin embargo, no siempre se lo vio así. Aquí haremos un breve repaso sobre la construcción de su figura como “prócer”. A través de dos ejemplos concretos, y en apariencia sin conexión, intentaremos comprender por qué su gesta y persona hoy en día sigue uniendo argentinos y argentinas.

La construcción de un prócer no siempre es una tarea fácil para los países. En la mayoría de los países latinoamericanos esto resultó más sencillo ya que contaron con figuras heroicas que fortalecieron y animaron las jóvenes identidades nacionales: Bolívar, O’Higgins, Artigas, Sucre, entre otros. En la República Argentina, que luego de su independencia en 1816 contó con casi medio siglo de luchas intestinas, sólo San Martín fue tibiamente indiscutido como prócer y héroe nacional.

Pero para el caso de Belgrano se necesitó de un rescatista: Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano, que murió enfermo, pobre y olvidado un 20 de junio de 1820 en una agitada Buenos Aires, sólo comenzó a tener un reconocimiento indiscutido a partir de la obra magna de Bartolomé Mitre – Historia de Belgrano – a mediados del siglo XIX. Esta obra lo posicionó como un ejemplo a seguir en la joven república que quería dejar atrás sus guerras civiles. A partir de allí, se rescataron y revalorizaron escritos y acciones que dejó Belgrano para la posteridad. Su legado nos sigue sorprendiendo y enseñando.

Los aportes que engrandecen su imagen surgen de su experiencia de vida: en primer lugar, su estadía universitaria en Europa y su contacto con las ideas liberales revolucionarias. Luego, durante su labor centrada en lo económico y comercial como secretario del Real Consulado de Buenos Aires bajo la corona española. Y, por último, durante su rol como revolucionario durante la “Semana de Mayo” y posterior comandancia de las tropas independentistas en el litoral y norte argentinos. Si algo surge de este último período es que no fue infalible: tuvo errores y desaciertos al mando del Ejército del Norte, pero se sobrepuso a ellos. Representa la figura del héroe, aquel que deja todo por una causa más grande y valiosa. Incluso, que el valor de su propia fama y vida.

Con el comienzo del proceso de construcción del Estado nacional hacia el último cuarto del siglo XIX, y en la búsqueda de la definición de lo que era “ser argentino”, su figura fue instalándose en la liturgia patria, en las escuelas y en los edificios públicos… o en revistas infantiles como Billiken que contribuyeron al proceso. Otros “Hombres de Mayo” también fueron utilizados al comienzo de esta construcción. Por ejemplo, durante fines del siglo XIX y principios del siglo XX, se revindicaron también como próceres a Rivadavia, Saavedra o Moreno. De todas maneras, San Martín y Belgrano resistieron en el panteón compartiendo un lugar indiscutido. Sortearon las corrientes historiográficas y los vaivenes ideológicos. Estos últimos, con más emocionalidad que racionalidad, siempre buscaron – y buscan – remodelar los relatos sobre la identidad nacional amoldándolos a sus intereses.

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